¿Hemos aprendido la lección de 1938?

A principios de 1938 Adolf Hitler anexó Austria al Tercer Reich sin haberse registrado alguna firme protesta internacional. Con este sumiso antecedente, el genocida escaló un peldaño y demandó, el mismo año, la anexión de los Sudetes checoslovacos, argumentando que defendía los intereses de su población germana. A pesar que aún carecía de capacidad militar para enfrentarse a las democracias occidentales, Alemania vio complacidas sus exigencias al firmar con el Reino Unido, Francia e Italia el “Tratado de Múnich”, que sacrificó a Checoslovaquia en aras de la “paz mundial”. Todavía tenemos presente la fotografía del primer ministro británico Chamberlain exhibiendo un papel con la rúbrica de Hitler y garantizando “paz para nuestra época”. Cuan equivocados estaban el mundo y Chamberlain al confiar en la palabra del autor de las Leyes Raciales de Nuremberg y, a la vez, el responsable de la eutanasia de 300,000 discapacitados alemanes.

Las consecuencias de esta negociación son conocidas: el 1 de septiembre de 1939 Alemania, envalentonada por la cobardía occidental y con la complicidad de la URSS, invadió Polonia desencadenando la Segunda Guerra Mundial, conflagración que en Europa arrojó más de 55 millones de muertos y la destrucción de importantes ciudades del continente.

Era de suponerse que, 87 años después de la vergüenza de Múnich, los líderes del mundo libre hubieran aprendido la lección. Pero lamentablemente, no es así, por lo que vemos con desconfianza las negociaciones que buscan contener, mas no eliminar, el programa nuclear de la República Islámica de Irán, el principal promotor del terrorismo a nivel internacional.

Con la esperanza de evitar un desenlace bélico, los enviados de Washington se sientan a negociar con los líderes de la teocracia shiita cayendo, algunos funcionarios estadounidenses, en contradicciones. Unos dicen que solo se trata de eliminar el programa nuclear iraní en su vertiente militar, otros hablan de repetir el modelo libio que derivó en el desmantelamiento completo del plan nuclear de Gadafi a principios del presente siglo, mientras que, otros, hablan de la transferencia del uranio enriquecido iraní a un tercer país, en este caso, Rusia.

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En cambio, Irán es claro en sus posiciones. Se opone al modelo libio y a ponerle fin a su programa nuclear, avanzando con pasos agigantados en su programa de misiles, mismos que suministra junto a drones a sus protegidos hutíes quienes desde Yemen atacan a sauditas, a israelíes y a barcos neutrales que transitan por el Mar Rojo en su ruta hacia el estratégico Canal de Suez.

Irán, burlándose del mundo y procurando ganar tiempo, está a semanas de conseguir el arma nuclear. Insiste en su discurso violento en contra de sus vecinos a pesar de los reveses que el eje shiita ha recibido en los últimos meses tras el derrocamiento de su aliado sirio Basher El Assad, mientras que en Líbano su aliado Hezbollah fue derrotado y está en vías de verse desprovisto de su armamento. A la vez, Hamás, el ente terrorista responsable del genocidio del 7 de octubre de 2023 en contra de civiles israelíes, dejó de ser una fuerza militar capaz de destruir a Israel, sueño utópico abrazado por la dictadura teocrática de Teherán y para lo cual procura tener armamento nuclear.

Irán debe ser tratado con firmeza, no con abrazos. En este punto la activista egipcia Dalia Ziada dice, arriesgando su vida, que el actual Irán es una amenaza para todo el mundo árabe y lo es también, agreguemos en estas líneas, para occidente que no puede proveer de oxígeno a este régimen enemigo de la paz que niega derechos a las mujeres, cuelga en plaza públicas tanto a quienes desean asumir en libertad su identidad de género como a aquellos valientes jóvenes que anhelan vivir en paz y democracia.

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Deben entender en Washington que no podemos repetir el error de 1938. Si no se actúa con firmeza en contra de Irán mañana va a ser muy tarde para lamentarlo.

(*) Licenciado en Educación e Historia

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