El Papa Francisco fue sepultado en la basílica de Santa María la Mayor.

Más de 400.000 fieles y líderes de todo el mundo asistieron a la ceremonia de despedida de Jorge Mario Bergoglio.

Roma Caput Mundi, “Roma cabeza del mundo”. La expresión latina resume a la perfección lo que se vivió ayer durante el impresionante funeral solemne de Francisco, que atrajo a esta capital —totalmente colapsada y blindada por un evento histórico— a los poderosos del mundo y a una multitud conmovida por su muerte.

En total, unas 400.000 personas se acercaron con fervor y gratitud a despedir a Jorge Bergoglio: 250.000 al funeral en la Plaza de San Pedro y otras 150.000 acompañaron el recorrido del papamóvil que trasladó el féretro hasta la Basílica Santa María la Mayor.

“Su última imagen, que quedará grabada en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el papa Francisco, pese a sus graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego descendió a esta plaza para saludar, desde el papamóvil descubierto, a la gran multitud reunida para la Misa de Pascua”, destacó en su homilía el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, quien presidió la solemne misa de exequias.

“A pesar de su fragilidad y el sufrimiento en sus últimos días, el papa Francisco recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida. Y lo hizo con fuerza y serenidad, siempre cerca de su rebaño, la Iglesia de Dios”, expresó el cardenal Re, ante una Plaza llena de emoción.

PRESENTES

En primera fila, se encontraban los poderosos de la Tierra, entre ellos el presidente Javier Milei, quien ocupaba un lugar privilegiado por ser el presidente del país del Pontífice fallecido. También estaban allí aquellos que, al igual que su amigo, el cartonero Sergio Sánchez, ocupaban siempre el centro de su atención.

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Con helicópteros sobrevolando el cielo, zonas inaccesibles rodeadas de vallas y un operativo de seguridad compuesto por más de 11.000 agentes para proteger a las más de 150 delegaciones —entre ellas Donald Trump, Volodimir Zelensky, Emmanuel Macron y los reyes de España—, la jornada, soleada, comenzó al alba.

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FIELES

Incluso algunos jóvenes, con sus bolsas de dormir, pasaron la noche en iglesias cercanas al Vaticano para ser los primeros en llegar a la plaza, que abrió a las 5.30. A esa hora, decenas de ellos, casi corriendo y con banderas en mano, comenzaron a ingresar, radiantes de emoción. En realidad, habían viajado a Roma para asistir a la canonización de Carlo Acutis, el “influencer de Dios”, que se celebraría al día siguiente. Sin embargo, el destino les deparó este evento histórico.

Todo comenzó con una procesión de “sediari”, quienes, con guantes blancos y entre aplausos, transportaron el féretro hasta el sagrato de la Plaza de San Pedro minutos antes de las 10 de la mañana. El libro de los Evangelios, abierto, fue colocado sobre el ataúd por el ceremoniero vaticano. Y los cardenales que en procesión llegaron desde la Basílica se inclinaron ante él, mientras resonaban los bellísimos coros de la Capilla Sixtina.

En una misa en latín, las lecturas y oraciones fueron en diversas lenguas, inglés, francés, árabe, español, portugués, polaco, alemán, chino, siguiendo el espíritu de la Iglesia católica, es decir, “universal”.

PONTIFICADO

El cardenal Re, de 91 años y que tiene la delicada misión de dirigir las reuniones pre-cónclave, hizo un pequeño resumen del pontificado de Jorge Bergoglio, electo el 13 de marzo de 2013, a los 76 años, con la experiencia de haber sido durante 21 años primer obispo auxiliar y luego arzobispo de Buenos Aires. Y que antes tuvo diversos cargos de responsabilidad en la Compañía de Jesús.

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“La decisión de tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de estilo con la que quiso proyectar su pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de san Francisco de Asís”, recordó.

“Conservó su temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos, con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados”, añadió. “Fue un Papa en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia”, precisó, resaltando luego la revolución que puso en marcha con su forma de ser totalmente diferente.

“Con el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio, que él solía calificar como ‘cambio de época’”, subrayó.

LA PAZ

En un clima de gran recogimiento, y bajo un sol que, a medida que avanzaban las horas, se volvía más intenso —algunos se protegían con paraguas—, tras el rezo del Padre Nuestro en latín, en el momento del intercambio del saludo de la paz, los líderes mundiales se dieron apretones de manos.

Entonces se vio a Trump girar para estrechar la mano de Emmanuel Macron y de otros mandatarios que tenía cerca. Durante la ceremonia, Macron y su esposa, Brigitte, fueron de los que se mostraron más compenetrados, mientras que Lula, admirador del Papa, se dejó ver visiblemente emocionado.

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COMUNIÓN

Más tarde, unos 400 sacerdotes distribuyeron la comunión entre la multitud, compuesta en gran parte por jóvenes provenientes de diversos países.

Mientras el silencio era roto por los graznidos de las gaviotas que suelen revolotear en la zona, vino el rito de la “última commendatio” (la última recomendación). Se cantaron después, en medio del tañido de las enormes campanas de San Pedro, las letanías de los santos y llegó el rito de la Valedictio, el último adiós, que pronunció en latín el cardenal vicario de Roma, Baldo Reina.

El final fue una bellísima súplica antigua entonada por patriarcas de las Iglesias Orientales, basada en la liturgia bizantina para los difuntos.

ADIÓS

Durante el responso final, el cardenal Re aspergió el ataúd con agua bendita e incienso y rezó para que el alma del Papa fuera encomendada “a la misericordia de Dios”. En ese momento, se levantó un poco de viento, que movió algunas páginas del libro de los Evangelios. Una imagen escalofriante, que también se había visto al final del funeral de san Juan Pablo II, otro pontífice que lo dio todo hasta el final y que murió en abril de 2005, después de la Pascua, como Francisco.

Cuando, al final de la ceremonia, el féretro fue llevado nuevamente adentro de la Basílica, la multitud, que no sólo estaba en la Plaza, sino también, frente a decenas de pantallas gigantes colocadas en la Vía de la Conciliazione, la Piazza del Risorgimento y Castel Sant’Angelo, estalló en un aplauso larguísimo. Entonces las cámaras del Vaticano enfocaron una enorme pancarta que decía “Adiós, padre, maestro y poeta”, firmado por los “Jóvenes de Scholas”, el movimiento que trabaja para una cultura del encuentro de su amigo José María del Corral y otra, simplemente “Grazie Papa Francesco”.

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