La presidenta Sheinbaum en el regocijo por la pausa a los aranceles, que muchos advierten como mérito no como parte del juego del presidente norteamericano para obligar a sus socios comerciales a someterse a sus dictados, hace muestra de su vena intolerante y despectiva, conducta que compromete su investidura como jefa de Estado, esto es, representante del conjunto de la nación. Se recrea así el sectarismo de López Obrador y la idea de que el proyecto político propio es el todo nacional. Las diferencias institucionales, normales en toda democracia, intolerables en las autocracias, explican el ostensible desprecio personal.
Es deseable que la pausa a los aranceles haya sido producto de la capacidad de persuasión de la presidenta de México, y todavía más, que la tregua se extienda indefinidamente. Pero es una ingenuidad mayor asumir triunfo sobre Trump, significaría no aprender lo más relevante de todo este traumático proceso. No se puede confiar en el presidente, mucho menos subestimar. A la pistola amartillada se responde con sometimiento; la mejor prueba, el pronto despliegue de soldados, militares a la frontera norte. También debe considerarse la presencia de buques y una aeronave militares en las proximidades del territorio nacional, justamente frente a Sinaloa, precedida por la determinación de considerar a los cárteles del narco organizaciones terroristas internacionales.
Los mexicanos debiéramos entender que se trata de una tregua a cambio de concesiones indeseables. No se debe confundirla como victoria. Sin duda un alivio que se pospusieran los aranceles, pero la amenaza está presente más allá del gravamen a las exportaciones. Militarizar es la seducción mayor de los populistas como bien se puede probar en los seis años de López Obrador y su herencia.
La reacción de Sheinbaum ante su par, la presidenta de la Corte, Norma Piña, muestra no sólo que el segundo piso también pasa por la personalización del poder y no sólo eso, lo personal se procesa con la víscera, no con el corazón, mucho menos con la cabeza. Los sentimientos que dominan al poder son el rencor, el odio, el desdén hacia el otro, sin importar su posición de triunfo y la derrota del de enfrente. Se trata de avasallar, de humillar, de disminuir hasta su última expresión a quienes el régimen considera enemigo. Si de lo personal se tratara hay que considerar la diferencia moral, intelectual y profesional de Norma Piña y Lenia Batres.
Con Trump y la reacción de la presidenta con la otra presidenta indica que se vive en la política del sometimiento; sucedió con las autoridades supremas de Colombia, Panamá, Canadá y México. Sin duda se celebra colectivamente, en perspectiva, una derrota porque el amago del poderoso llevó a declinar el interés propio. Ciertamente en los cuatro casos se hizo ponderando lo mejor o menos costoso. Pero nada para presumir la capitulación; militarizar la respuesta a la migración ilegal o al tráfico del fentanilo, no sólo es ineficaz, sino que despierta demonios mayores, como la violación de los derechos humanos en lo primero y la violencia en lo segundo.
Las columnas más leídas de hoy
Cada uno tiene derecho a sus vasallos y la actitud de Trump con sus socios comerciales se replica en México con quienes no comparten la visión o la postura de quienes ostentan el poder y deciden el destino del país en función de sí mismos, de sus intereses, convicciones y visión. Es la descomposición de nuestros tiempos; deseable que la ola destructiva de los populismos y la polarización sea temporal y deje una lección que no sea repetible, que no vuelva a ocurrir, como en otras épocas con aquellos personajes que avergüenzan por lo que fueron e hicieron y porque su tiempo y entorno les dejó permisividad en abusos y excesos, por complacencia de muchos y aplauso de algunos otros. La presidenta puede darse por insultada por la Corte, pero no por quien dijo que su gobierno tenía arreglos con el narco.
En otro contexto y con otros actores en la nómina de la relevancia habría conciencia del rumbo que lleva el país y el mundo, así como el complicado camino hacia delante porque las dificultades con el poderoso, disruptivo e impredecible vecino apenas empiezan y hay un largo trayecto pleno de riesgos y costos. Mucho más sensato hubiera sido dejar de lado el triunfalismo y dar curso a la reconciliación y a la inclusión, para preparar al país para los tiempos dramáticos que se avizoran en el horizonte de lo posible.