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Claudia Sheinbaum ha sido hábil en las negociaciones con Estados Unidos y utilizando las virtudes de la ecuanimidad y la prudencia, se ha ganado el reconocimiento de nacionales e internacionales junto con la revitalizada oportunidad del retomar posibilidades de nearshoring.
Sin embargo, poco se habla del fenómeno de migración inversa que involucra a sujetos condenados por crímenes en Estados Unidos que logran burlar los controles infalibles de aquel país para encumbrarse en nuestra frontera y librar la justicia.
Hace unos días, Abigail Esparza murió por un estadounidense prófugo de la justicia, quien abrió fuego durante un operativo en Tijuana. El prófugo estaba acusado de homicidio en primer grado en Los Angeles, California.
Abigail tenía solo 33 años y una trayectoria destacada oficial de la policía estatal de Tijuana, donde era jefa de Enlace Internacional de la Fuerza Estatal de Seguridad Ciudadana integrando la unidad de élite conocida de forma coloquial como “Los Caza Gringos”, una de las más productivas y con la función de perseguir a estadounidenses prófugos en México. Durante 11 años, logró la detención de más de 400 delincuentes confirmados y ejecutó más de mil operativos pero su vida se apagó y su nombre no ha llegado más allá de la prensa local.
En diciembre, en el mismo caso el sujeto buscado había logrado darse a la fuga y ahora, como de película, el asesino escapó del lugar de los hechos supuestamente disfrazado de personal de limpieza.
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El problema es que al señalar la paja en el ojo ajeno se ha ignorado la viga en el propio. Donald Trump ha repetido durante años que “México envía delincuentes a su país”. La realidad parece distinta pues la mayor parte de migrantes mexicanos qué llegan a Norteamérica lo han hecho para trabajar en los sectores e industrias más duros y despreciados, como la construcción y albañilería servicio y mantenimiento en barcos, lavaplatos, limpieza y un largo etcétera.
Pero para la migración inversa, por décadas, nuestro país ha sido visto como un lugar para escapar de la justicia estadounidense. En 2002 se creó aquella unidad apodada “Caza Gringos” para cooperar con las autoridades de EU y detener a los prófugos que cruzan la frontera. La responsabilidad la asumió nuestro país mientras que en todos estos años, no se ha colocado el acento sobre ellos. Le han nombrado “cooperación” a un eufemismo en el que se esconde una cadena previa de posibles actos de corrupción en Estados Unidos que les permite escapar, ingresar a nuestro país y demostrar que la vigilancia fronteriza solo es dura cuando se trata de latinoamericanos.
Nuestro país no solo recibe a los famosos nómadas digitales. Recibe también a los que se burlan de la justicia estadounidense y que encuentran a México como tierra fértil para continuar delinquiendo. Si cuantificamos el gasto de aquella unidad así como las vidas invaluables que nos han arrebatado, ¿no sería justo para Abigail y otros policías mexicanos que cayeron en su labor, que sus nombres se mencionen en aquellas mesas de negociación?
¿No tendrían que hacerse cargo también de sus propios trastos sucios? ¿Acaso no podríamos exigir no solo una recompensa para detener al asesino, sino una reparación y garantías de no repetición por parte de Estados Unidos?
Pues hasta el momento, nuestra nación ha cumplido y cedido soportando desplantes y faltas de respeto internacionales. Estamos también en condiciones de pedir, como en toda negociación puede y debe hacerse.
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