El Papa Francisco ha sido conocido por su sencillez, y muchos de los rituales y elementos de su muerte son una novedad en los más de 2.000 años de la Iglesia Católica.
“No era el Papa. Él era Francisco”, dice una joven italiana que ha estado esperando en la fila durante tres horas en la Plaza de San Pedro. Está esperando para entrar a la basílica y ver los restos del pontífice al que siempre consideró “como un amigo”. Esta sensación es compartida por los romanos que recuerdan las primeras palabras de Jorge Mario Bergoglio cuando se convirtió en Francisco: “Buenas tardes”. Simple y cercano, como fue su pontificado.
El último viaje por la Ciudad del Vaticano comenzó a las 9 de la mañana del miércoles 23 de abril. Su ataúd fue llevado por 12 hombres desde la capilla de la Casa Santa Marta, la residencia donde vivió durante los doce años de su pontificado, hasta la Basílica de San Pedro.
El cortejo fúnebre, acompañado por el doblar lento y solemne de las campanas, recorrió los cerca de 250 metros que separan la Casa Santa Marta de la Plaza de San Pedro. Después de cruzar el arco de las Campanas, donde el domingo anterior había aparecido en el papamóvil, el cortejo entró a la basílica. Un gesto que ahora tiene un sentido de despedida.
Más de 20 mil personas acudieron a la plaza de San Pedro durante las primeras horas del miércoles para ver pasar el cortejo fúnebre y ser los primeros en entrar a la basílica para rendirle el último adiós. En total, más de 250 mil personas visitaron la basílica durante los tres días en que el cuerpo estuvo expuesto. El ataúd de madera y zinc de Francisco fue colocado casi a ras de suelo, sobre una pequeña tarima inclinada, en la basílica. Francisco quiso que sus restos fueran tratados con sencillez, sin un catafalco opulento, expresando que quería ser tratado “como cualquier cristiano”. Sus restos reposarán en una tumba de mármol, un nicho sin adornos en la basílica de Santa María la Mayor en Roma.
El recorrido del cortejo fúnebre que trasladará los restos del Papa por las calles de Roma es inédito.
La primera persona en llegar al ataúd fue la monja francesa Geneviève Jeanningros, amiga personal del pontífice. Juntos se dedicaron al servicio de los más necesitados. Jeanningros asistía regularmente a las audiencias de los miércoles en San Pedro y él la visitó dos veces en el Luna Park donde ella vivía. Nunca antes un Papa había visitado ese lugar.
En la ceremonia de la traslación de los restos del Papa participaron 80 cardenales, incluyendo a Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, y al cardenal conservador estadounidense Raymond Leo Burke.
Francisco hizo de la sencillez su marca personal, y muchos de los elementos de su muerte son una novedad en los más de 2.000 años de la Iglesia Católica. El ritual del sello de su residencia tuvo que aplicarse en dos sitios por primera vez en la historia. Mientras los fieles esperaban su turno para pasar frente al féretro, los cardenales participaban en reuniones anteriores al cónclave para elegir al próximo pontífice.
El último peregrinaje del Papa por Roma tendrá lugar este sábado. Tras el funeral en la Plaza de San Pedro, una carroza fúnebre llevará los restos del Papa hasta la basílica de Santa María la Mayor. El cortejo pasará por lugares emblemáticos de Roma como el Altar de la Patria, los Foros Imperiales y el Coliseo, despidiéndose así del Papa venido desde el fin del mundo.