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La novela
Escribe Nikolái Leskov (1831-1895): “A veces en nuestras tierras se dan ciertas naturalezas que, no importan los años que pasen desde el encuentro, nunca se es capaz de recordarlas sin un escalofrío. A esta clase de naturalezas pertenece Katerina Lvovna Izmáilova, la mujer de un mercader que una vez interpretó un drama terrible tras el que nuestros nobles, por la palabra fácil de alguien, empezaron a llamarla la lady Macbeth de la provincia de Mtsensk” (Nórdicalibros; 2015). Así comienza la novela corta de Leskov (publicada en 1865) y en ese párrafo inicial se explica tanto el perfil de la protagonista como el vínculo de su sobrenombre con la esposa de Macbeth en la obra de Shakespeare.
Novela que, según los críticos, adquirió relevancia gracias a la ópera estrenada por Dimitri Shostakóvich en 1934 (con libreto suyo junto con Aleksandr Preis), pero que también ha dado por lo menos un par de adaptaciones más: Lady Macbeth en Siberi, película dirigida en 1961 por Andrzej Wajda y Lady Macbeth, filme dirigido en 2017 por William Oldroyd, que ambienta la historia en Inglaterra. Pero resulta interesante rastrear el origen de Macbeth, que fue tomado por Shakespeare, como otros de sus personajes, de las Crónicas de Holinshed escritas entre 1577 y 1587. Si bien la obra de Shakespeare (dejando de lado la polémica sobre su concepción) es la clásica, la célebre, la llevada al teatro, la ópera y el cine, en la medida en que se ha conocido la ópera rusa y no obstante ubicarse en una contemporaneidad que abarca los últimos 100 años, se convierte asimismo en un sorprendente clásico del género arrastrando con ello a la fama a Leskov y su obra. Si la Lady de Shakespeare ambiciona el poder e incita al esposo a asesinar al rey para obtenerlo, la de Leskov asesina para que la realización del placer, que se convierte en obsesión, no sea truncada. El ingenio creador transfiere el poder del crimen de Escocia a Rusia.
|Este espacio tiene que hacer aquí un homenaje a la que quizá es la más superba Lady Macbeth verdiana, María Callas; fragmento en vivo, 1952|
No por dramáticas y crudas la novela y la ópera dejan de ser de relativa fácil asimilación: Una mujer de 24-25 años casada durante cinco años con un hombre cercano a los 60, descuidada por el marido, asediada y deseada por el suegro, apagada, viviendo un tedio externo pero con una incandescencia sensual interna que explota cuando se convierte en amante del nuevo empleado de la familia en la finca productora de harina. En esta condición peligrosa se convierte en protagonista de una historia brutal: envenena al suegro, estrangula al marido, es condenada junto con su amante a Siberia; el amante la engaña en la travesía y ella asesina a la otra mujer empujándola a las heladas aguas de un lago donde también ella va a dar, acaso suicidándose.
Chejov (1860-1904) es una generación posterior a Leskov y con sus cuentos, pero sobre todo con sus obras de teatro, profundiza la sordidez de los personajes del campo ruso, el aburrimiento, el fracaso, la pobreza, el autoritarismo, el desamor y el desamparo, el conflicto intrafamiliar, el vacío existencial y el suicidio; este, como se ve en Ivánov y La gaviota (y en la primera versión de Tío Vania). Cuando Leskov falleció en 1895, Chéjov, aunque ya enfermo y con fama, aún no alcanzaba la gloria con el Teatro de Arte de Moscú de Stanislavski. Pero la obra de ambos autores recrea la decadencia rusa de mediados del siglo XIX (paradójicamente, siglo rico en prodigios artísticos en prácticamente todos los géneros) que se manifestará con la fallida revolución de 1905 y estallará finalmente con la de 1917.
Las columnas más leídas de hoy
La ópera
La ópera es un arte fácil de apreciar aunque muy difícil de crear, y todavía mucho más convertirlo en éxito. Y sin embargo, una vez terminada una creación operística con toda y su dificultad y más allá de su estética y su éxito o no, lo que más debe de importar es su trama, su argumento, su libreto, su problematización; y claro, atestiguar si el compositor ha encontrado una música ideal para expresar su trama.
Como se sabe, después de presenciar la segunda ópera de Dmintri Shostakóvich (1906-1975) en 1936 (la primera, una sátira: La nariz), Stalin enfureció y la censuró. El ala cultural del comité central del partido comunista debió obligar al compositor a reeducarse dentro del arte del realismo socialista impuesto por la burocracia soviética. Y aunque su ópera –estrenada con éxito de público y crítica en 1934– exhibía una historia del siglo XIX, lo hacía, musicalmente, de manera estridente; es la rispidez, lo vibrante de la partitura imbricando el sexo, el adulterio y el crimen lo que chocó en realidad al dictador asesino. Ethan Mordden ubica esta ópera y a su compositor en el capítulo de los “Malos tiempos” (El espléndido arte de la ópera; 1980), cuando la política trató de imponerse autoritariamente al arte en una década en que iniciaría la Segunda Guerra Mundial.
Shostakóvich logró una narración musical sostenidamente vibrante para la gran síntesis de la novela de Leskov. Sí, vibrante y brillante, polirítmica, metálica, bailable, con grandes coros, poderosa, espectacular. Si se quiere, se siente la presencia de Janáček, Chaikovski por momentos, el primer Nino Rota y otras referencias, pero la inventiva es innegable porque esa narración musical establece absoluta relación con la trama que es sobre todo teatral; puede inferirse un verismo ruso que, con esta ópera, supera en modernidad y crimen al verismo italiano.
Los críticos en Bellas Artes
El estreno de la segunda ópera de Shostakóvich (hay dos versiones: 1934 y 1963, reestrenada como Katyrina Ismailovna y modificada para complacer la censura) ha sido un acontecimiento importante en Bellas Artes, por la obra en sí y para los críticos y comentaristas de la misma. En general, los reportes, crónicas y artículos de opinión son favorables. Algunos ejemplos:
– Erika P. Bucio de El Reforma reporta: “Conquista ‘Lady Macbeth de Mtsensk’ a Bellas Artes” (22-03-25).
– “Lady Macbeth de Mtsensk sacude al Palacio de Bellas Artes”, señala una nota de la Redacción en la sección Cultura del sitio Hoja de Ruta Digital (25-03-25) que tiene el tino, además, de sondear opiniones entre el público asistente que mayormente disfrutó y terminó entusiasmado y cautivado.
– Para Manuel Yrizar, “Lady Macbeth de Mtsensk, un exitoso estreno en México”, toda la representación mereció el encomio: “teatro y música de alto nivel que hizo que los espectadores aplaudieran puestos de pie” (Opera World, 25-03-25).
– Más allá de algunas pequeñas críticas, en “Lady Macbeth de Mtsensk en Bellas Artes” (Revista Pro Ópera; 25-03-25), José Noé Mercado expresa su aprobación a la producción, al elenco, a la ejecución en general afirmando que “al concluir el estreno de Lady Macbeth de Mtsensk en Bellas Artes se concretó el montaje de una obra truculenta, con litros de sangre derramada, en un entorno corrompido, opresor y represor (como comprobaría el propio Shostakóvich), en el que presas y depredadores forman un régimen, un solo sistema, como hay tantos”.
– La Jornada publica dos buenas notas. La primera, de Hermann Bellinghausen: “Memorable estreno de la ópera Lady Macbeth de Mtsensk en Bellas Artes” (22-03-25), describe el evento como “todo un acontecimiento cultural… con una puesta en escena memorable”. Después de hablar sobre ella, concluye: “son muchas las resonancias contemporáneas de esta ópera altamente recomendable”.
– La segunda de La Jornada fue de Juan Arturo Brennan: “¡Al fin, la Lady Macbeth rusa!” (26-03-25), quien elogia sobradamente el estreno, pero él, que tiende a la sobriedad, ahora sí, “se soltó el pelo” y remata con una válida crítica a la protagonista de la producción: “No puedo dejar de mencionar… que alrededor de este necesario y exitoso estreno… se dio uno de los mayores despropósitos en la historia del género, cuando la soprano Lada Kyssy afirmó en entrevista… que esta ópera se parece a una película de Quentin Tarantino. Comparar la gran obra de Shostakóvich con el inútil cine de ese mediocre y petulante imitador, o suponer que la sangre vertida en el escenario es lo más importante del asunto, significa no entender nada de nada”.
– De SinEmbargo, en “Lady Macbeth más allá de las cuotas de género” (leída en youtube el 27-03-25), Susana Crowley hace un elogio de la obra y, en general, una recepción no tan positiva a la propuesta de Bellas Artes, en particular, a esa de vincular la historia de Katerina Lvovna con la ideología feminista contra el patriarcado, pues afirma que el personaje se sostiene por sí mismo y no necesita de esa valoración y reivindicación. En esta ocasión y en este punto estoy en absoluto de acuerdo con Crowley, este reduccionismo o anacronismo político-ideológico es inaceptable y no agrega nada a la obra de Shostakóvich que estruja y brilla por sí misma. Y agrega acertadamente: “Katerina no es un emblema feminista sino lo femenino eterno, infinito”.
– En esta revisión hay que agregar un acierto más de José Octavio Sosa, preparatorio al estreno de Lady Macbeth de Mtsensk, un recuento de “La ópera rusa en México I y II” (Revista Pro Ópera, 04-03-25), que habría llegado, según el mismo, hace cien años, con el estreno, el 28 de junio de 1923, de Boris Godunov de Modest Músorgski.
Sangre de res vs la sangre de puerco
Atado a mi escritorio, no he podido asistir al Teatro del Palacio de Bellas Artes, así que no tuve más que leer y también ver la producción de 2019 de la Ópera de la Bastilla, en París: Extraordinaria; sobresale en particular la protagonista, la soprano lituana Aušrinė Stundytė.
No obstante, de inmediato la sangre salpicó la pantalla de mi laptop. Y es que la escena original, una finca harinera, mutó a un matadero de cerdos: todo el coro derramando sangre, carniceros brutales para subrayar tanto el placer como el crimen que sostienen la obra de Leskov. Y es que la carne es placer pero también “culpa”, sangre que es deseo, placer y crimen. Un poco más de una docena de cerdos en canal en escena, ya sin pelo, lisito el cuero, listos los trozos y la lonja para la cochinita pibil, las carnitas o el chicharrón; si se tratara de una carnicería mexicana.
Las fotos, las crónicas y las notas críticas mostraron que en la producción de Bellas Artes también había carne y sangre, pero de res. Los delantales blancos de los carniceros exhibían una sangre más oscura que los de París; desde ahí supe que era savia de res. No puede haber confusión.
|La producción de Bellas Artes|:
La sangre de la res tiene un tono rojo oscuro, casi tinto; la de cerdo es roja brillante, más vívida. Al brotar del cuello del ser bufante y exasperado por vivir, ambas sangres son burbujeantes ahí donde se ha aplicado la puñalada directa al corazón. Si la puntería de la mano y el cuchillo fallan, tarda más en morir el animal pero la sangre se vuelve más espumante, lo que beneficia el guiso de la moronga o la morcilla.
|La producción de París|:
Aunque en la novela y la ópera el asesinato es central para la trama, la sangre nunca ha sido tan literal como en estas producciones operísticas de Ciudad de México y París. Literal pero simbólica, o al revés; la sangre incluso puede opacar al sexo entre Kateryna y su amante. La única diferencia entre ambas puestas en escena, además del elenco, fue en el sacrificio distintivo de la especie animal. Esto sin duda llama la atención. Hice una rápida búsqueda y me encontré con una nota sobre la posibilidad de plagio, “Polémica en torno a un posible plagio en la Ópera de París” (Platea Magazine; ¿2019?), donde se explica que el polaco Krzysztof Warlikowski, director de escena de la producción de la Bastilla, había trasladado la acción a un rastro lo mismo que diez años atrás (2009) había hecho el chileno Marcelo Lombardero (autor de la “versión mexicana”), cuya producción fue llevada a Poznam, Polonia, ciudad natal de Warlikowski; curioso dato. La única diferencia, reitero, estuvo entre el cerdo y la res (probablemente se come más res en Sudamérica y más cerdo en Polonia y Francia).
Mientras el polaco ha negado saber del trabajo del chileno, este ha señalado que “lo que más produce esa situación es dolor y decepción porque creo que Warlikowski es un gran director de escena y que le es innecesario hacer algo así”.
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