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El gobernador de Querétaro, Mauricio Kuri, propuso prohibir el uso de teléfonos celulares entre estudiantes de primaria y secundaria, con el objetivo de proteger a los y las alumnos del ciberacoso, además de evitar distracciones en su desempeño escolar.
La medida fue tomada de buena forma por madres y padres de familia, pues desde este jueves en ese estado se prohíbe en escuelas tanto públicas como privadas el uso de dispositivos móviles.
Pero Kuri fue más allá y propuso ante el Congreso del Estado que se prohibiera el uso de redes sociales entre jóvenes menores de catorce años y que los adolescentes entre 15 y 17 años pudieran usarlas bajo la supervisión de sus padres.
Se festeja que el gobernador queretano esté preocupado por la seguridad de las infancias y adolescentes de su estado. El acoso cibernético, la prostitución infantil y la ciberdelincuencia en todas sus ramas es una realidad terrible que vive nuestra juventud y hay que tomar medidas para protegerlos. Sin embargo, prohibir que un joven o una jovencita de plano no use el celular y las redes sociales nos enfrentan a otros dilemas.
En el área educativa el uso del celular o dispositivos móviles es una necesidad. Nuestros niños y niñas no han sido educados ni educadas para asistir en forma cotidiana a las bibliotecas públicas para realizar sus actividades académicas, y las que están en los colegios suelen ser deficientes, por decir lo menos.
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Navegar en el ciberespacio ha sido de gran ayuda para el acceso a datos, negarlo está de más, el problema es el abuso.
Por otro lado la pandemia de Covid 19 que vivimos en el 2000 nos demostró la urgencia del uso de plataformas digitales, que sin ellas no se habría podido continuar con la educación y tendríamos un mayor rezago.
Quizá escandalice, pero es la realidad: dependemos de la tecnología para todo.
Además de cuestiones académicas está el tema de la seguridad. Aunque es totalmente cierto que los delincuentes están a la caza de sus víctimas a través de un ordenador, también es innegable que la tecnología salva vidas. Un adolescente puede enviar un mensaje a familiares o amigos si es agredido en la calle, o si dentro de su casa hay una situación de violencia o alguna emergencia, como un incendio, por ejemplo. Restringir el uso de celulares, desde esa óptica es un arma de dos filos, pues puede salvar vidas o puede ocasionar tragedias.
Y finalmente, aunque suene a banalidad, las redes sociales son actualmente una forma de interactuar y fortalecer relaciones interpersonales, tanto así que hoy nos comunicamos con nuestra madre o padre que viven en otro estado o país y lo mismo ocurre con los jóvenes, que pueden mantener a distancia comunicación con familiares o amigos. De no haber sido así, en la pandemia hubiéramos tenido muchos más casos de ansiedad, depresión e incluso suicidios.
Desde mi óptica la prohibición de celulares o redes sociales entre la niñez y juventud desencadenará más estrés, más frustración, más miedo y más soledad.
Entonces, ¿de plano debemos seguir fomentando el ciberbullying exponiendo a nuestros menores a ser víctimas de delitos?
En absoluto, pero como dice el dicho: ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre.
Más que llegar a la prohibición se debe educar y esta es tarea de padres, madres y gobiernos de los tres niveles, incluyendo por supuesto autoridades educativas, que tienen que estar más atentos a lo que ocurre en los planteles educativos y de paso, fomentar la lectura en bibliotecas, además de actividades lúdicas, deportivas y recreativas para los y las estudiantes.
Y por último, cada estado debe contar con una policía cibernética cien por ciento capacitada, que actúe con rapidez en caso de acoso.
La tecnología no es una enemiga, todo lo contrario. La medida de prohibir es lo más fácil, la prevención la más difícil, y en esta es la que todos debemos trabajar.
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