Columnista invitada: Alicia Freilich, periodista y escritora
En la republicana Venezuela de mediados del siglo XX, el profesorado de literatura para secundaria y licenciatura universitaria disponía de algunos libros en su domicilio familiar, era el cansado asiduo de la anciana y oscura Biblioteca Nacional de Caracas, pedía prestado jurando cumplir con la devolución, usuario de la muy limitada en la Universidad Central o cliente de las escasas librerías al día con ejemplares antiguos y de moda, joyas a cuidar como al oro puro por el privilegiado que podía comprarlas.
En la década de los sesenta estalló el boom latinoamericano, exitoso en nuevos talentos narrativos y logro comercial. Así se pudo acceder a la modernidad literaria experimental en feliz coincidencia con un abierto contexto político democrático liberal que en Venezuela duró sólo cuarenta años.
La reciente partida física de Mario Vargas Llosa revive aquel delicioso descubrimiento y lo que fueron emociones compartidas en foros, programas televisivos y radiales, suplementos mensuales y semanales de la diaria prensa escrita, presentación de escritores locales publicados por editoriales nacionales y foráneas instaladas en el país.
A esta distancia en espacios y tiempos, cuando se puede apreciar el bosque completo, lo que fue misterio inadvertido en lecturas voraces, de repente se ilumina y muestra el núcleo de toda su compleja vida personal tan ligada a su vasta obra esparcida en novelas, ensayos sobre escritores universales. Periodista de planta desde muy joven, oficio que culminó en artículos de opinión analíticos de temas político culturales.
Tenía diez años mimado por la familia materna cuando le presentaron a su padre violento, autoritario, intolerante. Convivencia impuesta, trauma que por paradoja lo marcó positivamente, pues a través de su intelecto precoz reaccionó para siempre libertario, insurrecto, sublevado contra toda forma de dominación represiva. Lo confirma su tardío relato de 1993 El pez en el agua.
Su internado a juro en la Academia Militar Leoncio Prado de Lima le otorga trama y personajes para su novela inaugural en 1962, La ciudad y los perros, retrato fidedigno de otras castrenses instituciones empoderadas, carentes de auténticas experiencias bélicas mundiales, islas de uniformados que incumplen su obligación protectora de la sociedad civil; por el contrario, dan y sostienen golpes electoralistas en repúblicas democráticas y bananeras por igual. Parasitismo consumidor de gigantescos presupuestos públicos para mantener su farsa que jerarquiza cargos y ascensos con base en lealtades entre individuos y sectas, al estilo de partidos políticos en pugna.
Son las matrices adornadas con medallas doradas que nutren dictadores y tiranos, a su vez sostenidos por cortejos de eterno jolgorio como en La fiesta del Chivo (2000), en la desértica pero selvática barbarie de La casa verde (1965), el machismo prostituido en los burdeles oficialistas de Pantaleón y las visitadoras (2010), por mucho tiempo en La guerra del fin del mundo (1981), el armado conflicto brasileño a finales siglo XIX entre militares aburguesados por intereses monárquicos contra religiosos fanáticos, el militarismo del general Manuel Odría que “jodió” una década en Perú minuciosamente descrita por los interlocutores de Conversación en La Catedral (1969), el símil metafórico entre Guatemala sometida a torturas en los años cincuenta con los métodos de la medieval Inquisición española en Tiempos recios (2019). Algunas de sus veinte novelas.
Junto con su cuidada prosa literaria, en esa permanente rebeldía radica la grandeza que lo distingue de otros muy destacados “boomistas” latinoamericanos, algunos víctimas y críticos de generalatos delictivos pero simpatizantes, adictos complicitados de facto con criminales revoluciones totalitarias.
La historia académica de cada país aún democrático tendrá que registrar su conducta como valioso testimonio directo de una arriesgada vida personal absolutamente novelesca, capaz de ficcionar con talento la cruda realidad que vivenció en carne y hueso, sin tregua defensor del liberalismo democrático, tenaz desafiante contra los continuos disfraces del fascismo, cada día más presentes.
Intelecto con activismo sin contradicciones. Pertenece al rango de los autores intemporales.