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La codependencia significa una condición existencial en la que una persona o ente depende de otra que padece problemas emocionales y la protege, paga las consecuencias de sus conductas caprichosas, le facilita sus adicciones y hasta sacrifica su bienestar por aquel o aquellos.
La relación codependiente es dialéctica y suele originarse en un acto traumático no superado por las dos partes de la relación, las cuales desarrollan con el tiempo un patrón de conducta caracterizado por amor y odio, rupturas y reconciliaciones, problemas y soluciones, conflictos y cooperación recurrentes. Si no cobran conciencia, no es extraño que las dos partes caven de la mano una fosa común.
¿Pueden los países incurrir en relaciones codependientes? Parece que así ha pasado entre México y Estados Unidos.
Pensemos en el Estados Unidos que recibió ayuda para su independencia de la Corona inglesa, luego aprovechó las divisiones internas del México infante y lo invadió hasta imponerle en 1848 un tratado gravoso por el cual le arrancó más de la mitad de su territorio.
Hablemos del México que pese a ese doloroso trauma tuvo que buscar y recibir en repetidas ocasiones el respaldo del agresivo vecino para mantener su precaria integridad, a través de los liberales o los conservadores entre 1855 y 1861, o bien, acorralado por estos y el emperador francés, los propios liberales juaristas entre 1862 y 1867.
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Recordemos al Estados Unidos que reconoció y más tarde coadyuvó a remover al otrora héroe militar, Porfirio Díaz, devenido con el tiempo en presidente dictador; al que incidió en sacrificar en la Decena Trágica de febrero de 1911 al presidente demócrata, Francisco I.Madero, y al que impuso el Tratado de Bucareli en 1923 para controlar a su potencialmente rico en petróleo vecino codependiente.
No olvidemos al México que durante el porfiriato forzó su propia estabilidad a cambio de sacrificar a muchos de sus hijos hasta que estos se rebelaron mediante la revolución de 1910 para asumir su identidad histórica y procesar su tránsito a la juventud y primera madurez de la mano del pacto social y constitucional de 1917.
Cavilemos sobre el Estados Unidos que se tornó gigante a costa de Inglaterra en la primera mitad del siglo 20 y toleró el crecimiento de su vecino nacionalista, siempre que le fuera leal como lo fue, por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial o en la coyuntura de la revolución cubana en 1958, en el contexto mas amplio del triángulo calculador y pasional formado con la potencia socialista soviética.
Es el México que aprovechó en algo la Guerra Fría para salir del campo, ubicarse en la periferia hemisférica occidental, tornarse medio industrial y asegurarse un lugar en el mundo.
Es el Estados Unidos cuya forma de vida intensa tiene que expandirse de manera constante y penetrar en estructuras y procesos extranjeros.
Lo ha hecho en México, señaladamente, que a su vez goza y le cobra a aquél sus bondades y adicciones, desde sus grandes tecnologías y espectáculos hasta el consumo incesante de drogas, mano de obra o tortillas y guacamole, o bien, carbohidratos, harinas, grasas, azúcares y armas inagotables y letales, que en la mayor impunidad minan la vida de los dos lados de la frontera.
En el ciclo de la época contemporánea, en 1994 los vecinos codependientes se perdonaron y volvieron socios a cambio de que México pasara a la semiperiferia del club de los ricos para comerciar con libertad bajo reglas ciertas que suelen ser burladas en sus márgenes por actores aviesos o la nueva potencia desafiante china
A la casa gobernante del vecino veinte veces más poderoso que su socio mexicano ha regresado un hijo con amigos plutocráticos promotores de impulsos y anhelos que ellos estiman esenciales.
El niño emperador golpea en la mesa y reta a que sus socios del Sur le demuestren que han madurado suficiente como para resistirlo porque se dice dispuesto a romper la codependencia olvidando que la ansiedad o los arrebatos pueden provocan recaídas y debilidades más graves.
En la casa de gobierno de su vecino del Sur se ha posicionado una fuerte energía femenina e intercultural apoyada como pocas veces en una amplia mayoría popular dispuesta a exhibir que no solo es adulta sino que está nutrida con herencias vivas milenarias, y que tiene derecho a formar parte del nuevo centro heterodoxo en reconfiguración, y ya no más de la antigua semi periferia subordinada.
A la combinación de saberes y poderes profundos del México de hoy, a su capacidad galvanizada en la experiencia, la resiliencia y la audacia, el humanismo y la economía moral, con el corazón caliente y la cabeza fría corresponde intentarlo.
Es una nueva edad en la que los dos vecinos, más allá del personalismo o la mitología, habrán de remodelar interdependiente y responsablemente o no su historia excepcional.
Si no lo logran, entonces podrían perder, juntos o separados, a la vez que las oportunidades vitales y difusas que ya transporta la era digital, su viabilidad sustentable en el siglo 21.
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